
Ana María Erausquín Etcheverry, presidenta del Centro Vasco de San Nicolás (Argentina)
Ana María Erausquín Etcheverry, presidenta del Centro Vasco de San Nicolás (Argentina), lleva desde 2017 al frente de una Euskal Etxea que respira cultura, compromiso y solidaridad. Hija de una tradición familiar profundamente matriarcal, su mirada serena pero firme ha dejado una huella clara en la vida comunitaria. En esta entrevista, comparte su experiencia, su forma de liderazgo y el papel fundamental de las mujeres en la construcción de comunidad vasca en la diáspora.
Entrevista a Ana María
¿Desde cuándo la Euskal Etxea cuenta con una mujer en cargos de responsabilidad como la presidencia o vicepresidencia? ¿Cómo ha influido esto en el papel que han jugado y juegan actualmente las mujeres dentro de la entidad, especialmente en lo relativo a la toma de decisiones y la gestión?
Nuestra Euskal Etxea cuenta con una presidenta mujer desde diciembre de 2017, fecha desde la cual ocupo este cargo. Históricamente, este centro ha contado con una representación equilibrada en la composición de la Comisión.
En cuanto a la toma de decisiones, mi estilo se basa en el consenso. Si bien suelo proponer ideas y expresar mi punto de vista, lo hago desde el diálogo y el respeto, nunca desde la imposición. Creo firmemente en la escucha activa como herramienta para el crecimiento colectivo.
En la gestión diaria, trabajo codo a codo con la secretaría —también una mujer—, con quien compartimos criterios y formas de hacer, lo que facilita enormemente la coordinación.
Desde que asumí la presidencia, he procurado cuidar no solo el aspecto organizativo, sino también el estético y simbólico del espacio: el orden, la prolijidad, la limpieza y la comodidad. Para mí, la Euskal Etxea debe sentirse como una casa: acogedora, cuidada y abierta.
A partir de que tu Euskal Etxea ha contado con una mujer en cargos de responsabilidad, ¿se han desarrollado programas, planes de trabajo o actuaciones específicas que hayan incorporado la igualdad de género, y de qué manera esto contribuye actualmente a la promoción de los valores de igualdad?
Desde que asumí la presidencia, he apostado por una Euskal Etxea abierta, integradora y profundamente comprometida con la cultura, tanto vasca como local —Nicoleña, en nuestro caso—. En esa línea, impulsamos diversos talleres culturales: uno de pintura y otro de literatura, donde no solo se leen textos, sino que también se crean versos y prosas. Además, motivo constantemente a las participantes a presentarse a concursos literarios tanto del País Vasco como de ámbito nacional.
Un caso particular que nos llena de orgullo es el del mus, tradicionalmente considerado un juego de hombres. En nuestra Euskal Etxea, es un grupo de mujeres —encabezadas por María Teresa Fernández— quien lo ha revitalizado. Hoy son 18 mujeres y solo 3 hombres quienes mantienen viva esta tradición, demostrando que la cultura vasca puede y debe ser un espacio ocupado por mujeres.
Nuestro centro se caracteriza además por su vocación solidaria. Llevamos adelante un programa con escuelas carenciadas: las niñas y los niños vienen al centro a almorzar, y además de brindarles comida, les transmitimos nuestra cultura a través de la danza, la música y las tradiciones. Somos principalmente mujeres quienes lideramos esta iniciativa, desde la cocina —donde a veces incluso preparamos paella de pollo— hasta la transmisión de saberes.
La igualdad es un valor profundamente respetado en nuestra casa. Quizás influye mi edad o mi forma de ser, pero no suele haber cuestionamientos. Eso sí, siempre consulto y promuevo el diálogo, incluso en temas como las reparaciones del edificio, que cuidamos con esmero para evitar su deterioro.
En cuanto al euskera, contamos con dos docentes formadas en el Programa Euskara Munduan. Ellas lideran el uso del idioma en todas nuestras actividades. En todo lo que hacemos, desde los carteles hasta las instrucciones, el euskera y el castellano conviven como lenguas vivas. Lo mismo ocurre en el grupo de danzas, donde el idioma se utiliza con frecuencia y donde, además, las personas dantzaris son en su mayoría mujeres.
¿Qué retos o desafíos enfrenta la Euskal Etxea en términos de igualdad? ¿Cómo se prevé abordar estos desafíos y las oportunidades que se presenten en el futuro?
Afortunadamente, en nuestra Euskal Etxea no enfrentamos desafíos internos significativos en términos de igualdad. El respeto entre mujeres y hombres ha sido siempre un valor compartido y profundamente arraigado en nuestra comunidad.
Sin embargo, sí hemos tenido que actuar ante situaciones complejas que afectaron a algunas de nuestras socias. En una ocasión, dos hermanas que forman parte del centro atravesaron situaciones de abuso dentro de su entorno familiar —fuera del ámbito de la Euskal Etxea—. Ante esto, la respuesta fue unánime: las mujeres y los hombres de la Euskal Etxeak nos unimos para protegerlas, acompañarlas y brindarles la ayuda necesaria.
Desde entonces, esa actitud solidaria y de contención se ha convertido en una práctica constante. Ofrecemos apoyo psicológico, asesoramiento jurídico y todo lo que esté a nuestro alcance para acompañar a quienes lo necesiten. Además, nuestras instalaciones están abiertas a profesionales —de la psicología y psicopedagogía— que en diversas ocasiones han impartido charlas y talleres, en los que participamos activamente siempre que podemos.
De cara al futuro, nuestro compromiso es mantener esta línea de acción: una Euskal Etxea en la que promueve la cultura, el cuidado mutuo y la equidad como forma de vida.
¿Qué te gustaría decirles a otras mujeres que, como tú, construyen comunidad en las Euskal Etxeak?
Diría que, con voluntad, con ganas y, sobre todo, desde el diálogo —no desde la imposición—, se pueden lograr muchísimas cosas. La mayoría, diría yo. Cuando las mujeres nos apoyamos y nos acompañamos unas a otras, las posibilidades se multiplican.
En mi historia personal, el ejemplo siempre vino de las mujeres. En mi familia, las abuelas encabezaban un verdadero matriarcado. Fueron mujeres fuertes, que quedaron viudas muy jóvenes, pero que supieron salir adelante con coraje, trabajando en actividades rurales y liderando equipos donde predominaban los hombres. Siempre respetadas, siempre firmes. Ese legado me lo transmitieron y yo lo adopté, no solo en la Euskal Etxea, sino también en mi vida familiar.
De hecho, soy la única mujer en una familia de varones, y eso también marcó mi forma de estar en el mundo. Asumí el rol que me tocó con entereza, y sigo sosteniéndolo hasta hoy. En mi casa, la figura femenina fue —y sigue siendo— muy fuerte. Ese espíritu es el que intento llevar también a la Euskal Etxea, como una forma de honrar a quienes vinieron antes y de abrir camino a las que vendrán.